Obispo de Tarahumara entrevistado por primera vez tras el asesinato de Jesuitas
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Guachochi, Chihuahua.- A un mes de los terribles acontecimientos de Cerocahui, Chihuahua, donde resultaron asesinados dos sacerdotes jesuitas y un guía de turistas; además de ser secuestrados dos hermanos (uno posteriormente ultimado), el obispo de la Diócesis Tarahumara, Juan Manuel González Sandoval, reflexiona sobre la construcción de paz en la región y sobre la experiencia de acompañar a comunidades que si bien se encuentran heridas por muchas necesidades también guardan gran riqueza cultural y espiritual.
El obispo relata que, desde el primer momento en que supo de la tragedia decidió dos cosas: reunirse con el clero de la Sierra Tarahumara para orar juntos y acudir personalmente al sitio de las tragedias para acompañar al pueblo que había sobrevivido horas de auténtico terror por el arrebatamiento del criminal conocido como ‘El Chueco’.
“Lo primero que pensé fue trasladarme al lugar de los hechos; principalmente para acompañar... El martes tuvimos un encuentro con los sacerdotes diocesanos, hicimos una dinámica en la que nos confrontamos mutuamente y reflexionamos sobre lo que significaba para nosotros una muerte tan sentida, la muerte de estos sacerdotes”, relata.
El obispo Juan Manuel asegura que tuvo oportunidad de coincidir durante más de 14 años con los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora: “Fueron para mí un ejemplo del trato con la gente sencilla, con los indígenas, con quien lo necesitara… para nosotros fue un golpe muy fuerte, fue un duelo y una tragedia perderlos”.
Sin embargo, el pastor de la diócesis Tarahumara intuye que, desde la dimensión espiritual y desde la fe, el martirio de los religiosos ha sido “un regalo de parte de Dios”: “Porque, al final de cuentas, es sangre de mártires. Y nos llevaron a tiempos de los antiguos mártires jesuitas que vinieron a estas tierras y también por causa del Evangelio dieron su vida”.
“Para nosotros, el haber conocido personas santas que hayan entregado la vida por causa de Cristo es una especie de ayuda, de desahogo, pero también, de consuelo”.
El obispo tardó más de siete horas en llegar a Cerocahui proveniente de Guachochi, la sede episcopal: “Me interesaba estar con la gente. Me trasladé al lugar (la parroquia de San Francisco Xavier donde ocurrieron los crímenes) y celebramos la eucaristía. Pude estar con los sacerdotes, las religiosas… también estaban las fuerzas de seguridad de los tres niveles de gobierno. Ahí estuve con ellos, celebramos misa, comimos, platicamos y, sobre todo, algo muy importante para mí, muy reconfortante y de mucha luz: orar en el lugar donde fueron sacrificados los padres. Me dediqué a hacer oración por los sacerdotes, por la diócesis, la Compañía de Jesús. Pedí que esto sirviera para verdaderamente ser un factor de cambio ante todo lo que está viviendo nuestro país. Eso fue lo que esos días traté de hacer. Creo que para nosotros fue muy reconfortante la fuerza de la oración”.
González Sandoval tuvo oportunidad de acompañar, dialogar y convivir con el sacerdote jesuita Jesús Reyes, sobreviviente de la ira del delincuente y a quien pudo contener, dialogar y hasta confesar. El obispo adelantó que es muy probable que el religioso, junto a un gobernador de la comunidad puedan presentar personalmente al papa Francisco su testimonio de lo vivido en Cerocahui y del proceso de pacificación iniciado.
Al respecto, el obispo compartió que toda la Diócesis Tarahumara se ha unido al proyecto de pacificación coordinado por la comisión para la paz de los jesuitas:
“Se sacaron cuatro puntos fundamentales para ayudar a la sierra Tarahumara y a la diócesis en el restablecimiento de la paz, quitando muchos miedos de la gente a través de la fe y la esperanza para dar más seguridad”, explica González.
El obispo, sin embargo, comparte su inquietud sobre la reacción inicial del primer mandatario de la nación cuando la Iglesia católica lloraba a sus muertos y se comprometía a pacificar y a reconciliar al país: “No pudimos callar, como Iglesia tuvimos que expresar en nombre de tanta gente que sufre y que ha sufrido por tantos años”.
González Sandoval afirma que hubo decenas de avisos a las autoridades civiles mexicanas en diferentes sexenios “para evitar la polarización, la división y la separación. Llegó un momento en que esto no podía quedarse callado”.
“Ahora buscamos el diálogo para estar unidos y en comunión, saber que somos mexicanos independientemente de nuestra religión, de ideologías o cosas que nos puedan separar”.
-¿Cómo trabajar por la paz?
“Pues es importante, entre nosotros y con quienes tienen responsabilidades en las diferentes áreas de gobierno, de la Iglesia, la vida consagrada y los organismos civiles, que entremos en diálogo para la reconstrucción del tejido social y de la paz tan anhelada. Especialmente el diálogo con las comunidades pues ellos saben sus necesidades en materia de salud, educación, evangelización, cuidado del medio ambiente y, por supuesto, de seguridad. Sólo con el diálogo podemos ver cuáles son las necesidades que privan y que salen de abajo; sólo con el diálogo podemos saber qué necesidades hay, qué les duele y qué necesitan de nosotros. Es importante la oración y el diálogo; pero también la participación en la reconstrucción del diálogo social. Hacer obra concreta y específica para trabajar en ese servicio”.
La sierra Tarahumara es una región de muchas necesidades pero también de grandes riquezas; es un complejo contraste que no deja de mencionar el obispo: “Es un lugar lleno de contrastes: tiene una gran belleza natural, con paisajes hermosos que invitan a la contemplación, pero también el clima es tan extremo y difícil, con largas distancias. Hay, por ejemplo, gente muy buena, muy sencilla, muy entregada y muy religiosa; pero, por otro lado, gente muy mala: los sicarios que pueden matar sin miramientos. Gente económicamente muy pobre y otros que tienen el control del narcotráfico o de ciertos negocios lícitos e ilícitos”.
Estos contrastes alcanzan ámbitos sociales que profundizan la injusticia. El obispo González reflexiona sobre la gran explotación y beneficio económico del turismo, de la minería y hasta de infraestructura energética; sin embargo, persiste una profunda desnutrición, enfermedades básicas sin atender y verdadera hambruna.
Los grandes contrastes afectan también la dimensión espiritual y cultural de los pueblos de la sierra: “Religiosamente hablando no falta quién se aproveche de la religiosidad y la generosidad de los pueblos. Son gente de fuera, que con algo de despensa y algunas ayudas materiales los hacen sus adeptos. En ese sentido, batallamos un poco tanto en el alimento material como en el espiritual, se abusa de eso. Hay intereses políticos que no faltan y que ocupan al pueblo para hacer adeptos, que buscan manipularlos de esa manera”.
Ante esta realidad, la diócesis ha emprendido la Campaña ‘Todos somos Tarahumara’. Un proyecto de reforzamiento de las actividades de la Iglesia en ámbitos educativos, sanitarios, formativos y del cuidado del medio ambiente.
Quizá como pocas organizaciones, la Iglesia comprende, respeta y promueve la cultura rarámuri sobre el cuidado de la tierra y del medio ambiente: “El cuidado al medio ambiente es fundamental, hay una unión con la tierra, con los recursos naturales, es la manifestación de Dios en la vida de todos”.
En materia de salud, dice González Sandoval, la Iglesia sigue ayudando a conservar, promover y custodiar la riqueza de la medicina tradicional: “Entre el pueblo indígena, las religiosas aprovechan este recurso para luchar contra la enfermedad”.
No obstante, el obispo reconoce que sigue habiendo necesidad de centros de salud, hospitales y clínicas necesarios para afecciones más específicas. Lamentó la escasez de médicos y medicamentos; y, peor, que la violencia ha cancelado incluso el servicio médico de jóvenes pasantes provenientes de universidades mexicanas que ya tenían convenios con la diócesis.
Para el tema educativo, la Iglesia y otras organizaciones sostienen albergues escolares para gente indígena “donde más que por la educación o la formación, las familias indígenas buscan lugar por la comida y el refugio del clima tan extremo. Allí mandan a sus hijos por la ayuda que se da más que por la educación”.
González comparte el deseo de la Iglesia local de hacer más escuelas bilingües, interculturales, que ayuden a los pueblos originarios a conservar sus costumbres, su cultura; “y que también se vea a nuestros pueblos originarios como un ejemplo a la vida que nosotros, como occidentales, llevamos”.
Finalmente, el obispo Juan Manuel habla de la misión evangelizadora de la Diócesis en la región Tarahumara:
“Nosotros tratamos de favorecer en lo que se pueda. La evangelización es un gran reto. Debemos seguir caminando y acompañando a nuestras comunidades. Estamos convencidos de que, más que evangelizar, venimos a compartirles lo que vivimos como cristianos, venimos también a recibir las grandes riquezas que ellos tienen en su religiosidad, sus ritos, fiestas. Muchas veces, ellos son un ejemplo de cómo vivir la fe y el Evangelio”.
-Don Juan Manuel, la Diócesis Tarahumara sigue siendo territorio de misión. Requiere solidaridad y subsidiaridad ¿cómo se puede involucrar más la Iglesia mexicana en esta misión?
-Lo más importante es la fuerza de la oración de toda la gente. La fuerza de la oración es algo que no se puede medir y que tiene muchos frutos. Desde la fe, eso es lo que más nos puede ayudar: para dar salud, fuerza, ánimo para seguir caminando.
En cuestión de recursos, podemos decir que hay ayudas en especie como cobijas, medicinas, alimento. Eso es bien recibido pero a veces no nos ponemos a pensar en que toda esa ayuda se tiene que organizar y en ocasiones eso no ayuda para que conserven las costumbres originales de los pueblos. Ese tipo de ayuda, pensamos, es para los mestizos , que también tiene población muy vulnerable. Pero, nuevamente, eso también hay que ayudarlo a repartir, necesitamos gente que ayude, repartirlo en las zonas donde se requieren. Si pensamos en la medicina que llega, se requiere médicos, enfermeros, dispensarios para que se pueda repartir y luego la medicina que envían es muy específica, medicina muy especializada y sólo los médicos pueden sacar provecho para saber usar esa medicina. O si pensamos en las cobijas u otras ayudas necesitamos trasladarlas, se requieren vehículos y tenemos pocos. Es muy difícil trasladar el recurso. Muchas veces no lo hacemos a través de los municipios pues las ayudas se interpretan de otra manera. Hay desconfianza. A nosotros nos tienen confianza y también debemos responder a los benefactores haciendo llegar los recursos a la gente”.
En conclusión, el obispo señala que la entrega de ayudas en especie resulta muy difícil para la estructura diocesana: “Por falta de personal, tiempo y hasta falta de fuerzas o falta de salud”. Por el contrario, el obispo considera que la ayuda económica es más sencilla de administrar para que las comunidades puedan apoyarse en las necesidades que tienen y bajo las características acordes a su idiosincrasia.
González Sandoval concluye que la diócesis tiende los brazos a toda la ayuda humanitaria que se ofrezca y todo el voluntariado generoso: “Aquí tenemos hospitales siempre necesitados de personal. Hicimos hace tiempo un convenio con la Facultad de Medicina de la Universidad de Mérida; nos iban a mandar dos médicos para dos comunidades pero ahora, a raíz de la muerte de los padres, nos mandaron a decir que siempre no, por miedo”.
“Necesitamos gente valiente que quiera venir a ayudar”.
-¿Y sacerdotes?
“Por supuesto, tenemos ayuda de sacerdotes de Aguascalientes, de Guadalajara, de San Juan de los Lagos… Son muchas las necesidades y sabemos que muchas congregaciones están en crisis. Ahora mismo, tres comunidades han cerrado en la sierra y se han retirado, ahora para suplir a estas hermanas.
Hacemos una atenta Invitación a todos los Sacerdotes, Religiosas, Religiosos que se quieran sumar a Misión.
¡Los y las esperamos con gran alegría!"
Felipe de J. Monroy | VCNoticias.com